Una opinión de Reinaldo Lugo / En política pocas cosas se dejan a la casualidad. No hay que ser un especialista en Teoría de la Conspiración, ni un aguafiestas, para poder leer entre líneas ya no unas palabras dichas al vuelo por el ex presidente José María Aznar sino en una entrevista pactada de antemano con augurios de reveladora y en la TV. Habría que ser muy crédulo, digamos, ser de los que piensan que Luis Bárcenas era el Solitario, para no ver un guión en la entrevista de Aznar.
Habría que ser ingenuo, o tonto, para no asociar las declaraciones de ayer de Aznar con un esfuerzo por lograr que el Partido Popular llegue a las próximas elecciones con una imagen diferente a la que ha mostrado el actual Gobierno a sus propios votantes. Si lo dicho no es una ruptura estratégica para estar en condiciones de recuperar la credibilidad de ese partido --que se pierde cada vez que Don Mariano abre la boca, se pone serio y mira de una forma extraña--, las palabras del ex Presidente serían un atentado a su misma cepa, como diez litros de gasolina en la raíz del propio PP. Y en política, reitero, pocas cosas se dejan a la casualidad.
Al partido de la gaviota, podrían creer algunos, le ha nacido un Juan Sebastián Gaviota como el de la novela, en la que un amigo, después de los muchos problemas de Juan Sebastián con el resto de las gaviotas le dice: "¿Quieres volar tanto, que serás capaz de perdonar a la Bandada y aprender, y volver a ellos un día y trabajar para ayudarlos a saber?". Valga la parábola, pues la política, además de no dejar lugar a la casualidad, tampoco deja espacio para ir en contra de sus partidarios.
¿Cómo definir la reaparición oportuna de un “salvador” con opiniones en contra, firmeza patriótica en el gesto, dudas en cuanto a la eficacia de la política del actual gobierno y que se desmarca de la actuación de su propio partido? Es prácticamente imposible que Aznar haya expresado sus reservas en público para decir después que el PP no puede perder la mayoría absoluta y que lo dicho sea interpretado como un bombazo en los cimientos de “Génova”. Por supuesto que no; el golpe fue a su cúpula en particular. Lo que Aznar estaba diciendo era que el PP debe cambiar y que le toca a él emprender esos cambios con vistas a las Elecciones Generales de 2016 con otras maneras menos de a Pepe Cojones como las que hoy sostienen al Gobierno. Y eso no es algo que se pueda hacer sin contar con partidarios; lo que apunta a que el PP, que tan homogéneo se publicita, está herido de muerte por dentro y ya está sudando la fiebre de una larga y penosa enfermedad.
Por momentos, Aznar utilizó el lenguaje de la oposición: bajada de impuestos “ahora”, reforma fiscal “urgente”, cuidar a las clases medias del país y bajar los impuestos porque “el proceso de castigo a las clases medias está siendo muy fuerte” y, por dejar de decir, dijo estar como los millones de votantes del PP que quisieran ver “objetivos históricos renovados”, un “proyecto político claro y una acción política decidida a favor de ese proyecto”. Nada más le faltó mentarle la madre a Rajoy.
Finalmente, al responder a la pregunta de si volvía a la política activa su respuesta quedó fuera de la Teoría de la Conspiración porque fue una afirmación rotunda de que ya lo estaba haciendo: "Nunca he eludido mi responsabilidad, cumpliré con mi responsabilidad, con mi conciencia, con mi partido y con mi país, con todas sus consecuencias, y no tenga usted ninguna duda de ello".
Tampoco tengamos nosotros ninguna duda de que Aznar ha comenzado -- y no por una ocurrencia el domingo cuando cenaba con su alcaldesa--, a ser la alternativa del PP 2016 y como viejo camaleón está cambiando de color (tono de azul) para salir ileso el día de su Resurrección. Si estuviéramos en Argentina, fueran los años setenta y José María Aznar fuera general podríamos ahorrarnos toda esta historia. Lo único que no queda claro es cuántos de los que están actualmente en la cúpula del Gobierno están el ajo y se van a sumar a la Operación Galaxia del 21M.
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