¡Bejaranos: la Divina Providencia nos avisa!

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Un relato de Gabriel Cusac Sánchez / Es innegable. La nueva superficie comercial, el gran supermercado -o quizá, incluso, hipermercado- de las afueras, ha traído a la ciudad estrecha un viento revolucionario digno de ser estudiado por los sociólogos locales, si los hubiera. La lozana marca, el nombre delsúper, ya es una de las primeras palabras de nuestro ranking léxico, en pugna con otros vocablos de consolidada tradición bejarana comocalderillo, castañar o Inem (que noEcyl, especie de barbarismo cuya inserción lingüística resulta poco menos que nula). Sí, queridos paisanos: ¿no citamos tres o cuatro veces al día ese nombre que en estos papeles discretos no se citará?… ¡Ah, ese nombre luminoso, fragante, ubicuo, que se esconde detrás de todas nuestras acciones diarias! Desde el acto más intranscendente, como sonarse los mocos, al más gozoso, como el coito; desde el comer al cagar. Porque, amigos bejaranos, ¿dónde compramos los pañuelos, los condones, la comida, el papel higiénico? ¿Qué sería de nosotros sin el auxilio del gran supermercado?

Todos lo hemos experimentado. Cada sábado de este tórrido verano, después de colonizar las riberas fluviales en 80 kilómetros a la redonda; alzando, en dura lid contra los fieros madrileños, el estandarte bejarano en tierras salmantinas, abulenses y cacereñas; temidos como los tercios de Flandes; implacables como una plaga bíblica; sin falsos escrúpulos, como los drugos de La naranja mecánica; ocupando la necesaria mesa (y también la de al lado) en los merenderos al caso, extendiendo además las mantas para la siesta, las hamacas para leer el periódico, las toallas en la orilla; desalojando de bañistas hostiles las aguas del Tormes, del Ambroz, del Jerte, del pantano de Gabriel y Galán, etc, para desarrollar vistosas naumaquias sobre nuestras barcas y colchonetas hinchables; después, en definitiva, de nuestro merecido esparcimiento sabatino, ¿qué mejor remate a la jornada que el de la gran compra, sobre las ocho, ya a las puertas de la muy noble, muy leal, liberal y heroica ciudad?

Y el clímax. Salir del supermercado, al cabo de más de una hora detrekking consumista, con el carro de la compra tan colmado como el alma, altiva la expresión, henchido nuestro pecho, tiesos como virotes, triunfantes como quijotes tras conseguir el yelmo de Mambrino, como tartarines después de una fructífera cacería, incluso como césares con el veni, vidi, vici. Nuestra mirada arrogante, nuestro desfile chulesco. Nuestro clamor sin palabras: ¡Estamos integrados en la modernidad! ¡He aquí la prueba de nuestro poder adquisitivo! ¡Somos la hostia en verso!

Sin embargo, queridos paisanos, el inimaginable suceso ocurrido el pasado 1 de agosto (Santas Fe, Esperanza y Caridad) nos debe hacer reflexionar. Que un monumento tan emblemático como laPeña de la Cruz haya dejado de presidir los montes del mediodía para aparecer, con su peñasco y todo, súbita, taumatúrgicamente, en medio del parking de la gran superficie comercial constituye, sin duda, una exasperada y nítida señal de la Divina Providencia. Retornemos todos juntos hacia la humildad. Así sea.

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