La Plataforma en Defensa del Bosque pide un "bosquero" en la villa renacentista

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Comunicado Plataforma en Defensa de El Bosque / La necesidad de contar con un guardés o mayoral en El Bosque, propiamente de un bosquero, es evidente para cualquiera que conozca qué es una casa de campo o una villa de placer. Sorprende que nuestros representantes públicos sean incapaces de comprender algo tan sencillo, pero con estas notas seguro que les queda más claro que el agua del estanque. No es la primera vez que insistimos en la necesidad de recuperar la figura del bosquero y sus importantes funciones en el mantenimiento diario y estacional de El Bosque. Considerada la terquedad de sus titulares –Junta y Ayuntamiento, Saiz y Riñones–, tampoco será la última: quedó expresamente recogido en la Propuesta de generación de actividad económica y empleo en la villa renacentista El Bosque de Béjar (Grupo Cultural San Gil e Izquierda Unida, agosto de 2016, a la que remitimos, y desde esta Plataforma no pararemos hasta que esto se haga realidad. El oficio ya aparece descrito por autores agrícolas latinos como Catón, Varrón o Columela en cuanto al gobierno de la pars rustica y a la pars frumentaria de la villa, pero con el tiempo sus responsabilidades se fueron extendiendo también a la pars urbana o de recreo, la que disfrutaba el dueño. Desde el Renacimiento, los tratadistas italianos que contribuyeron a la recuperación de la villa como tipo arquitectónico (Alberti, Palladio, Scamozzi), también se interesaron por establecer las funciones de lo que ellos denominaron mayoral y en Béjar llamamos bosquero, pero que tiene su equivalente en la figura del cigarralero (en los cigarrales de Toledo, aquellas casas de campo y de placer cantadas por Tirso de Molina en 1621) y, curiosamente, en una propiedad del mismo Francisco de Zúñiga que fundó El Bosque, pero en su etapa anterior como marqués de Ayamonte: la llamada «Heredad de la Selva» cerca de Belacázar (Córdoba), creada a mediados del siglo XVI y atendida, como no podía ser de otra manera, por un «selvero», según consta en escrituras de la época. En el caso de El Bosque, la documentación histórica permite conocer con bastante precisión cuáles eran las funciones del bosquero como «fiscal y veedor», vigentes en nuestro tiempo: guarda y vigilancia de la villa y de la regadera, labores agrícolas y de jardinería, supervisión de obras mayores, ejecución de obras menores, labores de mantenimiento, limpieza y atención a invitados y forasteros. A cambio de ello, disfrutaba de un salario razonable y de vivienda en la llamada Casa del Bosquero o de los Oficios que todavía se conserva, recientemente rehabilitada por el Ayuntamiento en su parte exterior, aunque pendiente de rehabilitar en su interior. Precisamente para evitar gastos inútiles al erario público (por las habituales ocurrencias de nuestros desinformados ediles), requerimos del Ayuntamiento la recuperación de la vivienda del bosquero en la planta alta de este edificio, y no otra cosa, de modo que en breve se pueda crear la plaza y ceder dicha vivienda a quien por capacidad y mérito (y no por peloteo) la deba ocupar. Pero las ventajas actuales de contratar a un bosquero todavía rentabilizan más el coste de ese puesto de trabajo, pues ahora se dan algunas circunstancias que eran desconocidas en el siglo XVI, como colarse en los jardines para hacer botellón o eso tan feo de cerrar al público mientras el guía municipal hace su trabajo. De esta forma se evitarían salvajadas como la de julio de 2016 (por cierto, señor Saiz, ¿cómo va la restauración de la Fuente del Paraguas?, ¿y la investigación policial?), así como el secuestro de cientos de personas que quieren salir de El Bosque cuando les apetece y no en los tristes cinco minutos en torno a cada hora en punto (por cierto, señor Riñones, ¿a eso llama usted abrir un BIC al público?). En resumen, bien cortito para que lo entiendan nuestros representantes públicos: bosquero, sí; vivienda del bosquero, también, y cuanto antes.

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